Bien sabes que nunca me ha gustado el frío. No sólo no me
gusta sino que lo odio, lo rechazo, me horroriza. ¿Qué le vamos a hacer? Yo soy
así, y a mí lo que me gusta es el calorcito de la primavera y el verano, las
playas, las camisetas de tirantes… Pero tengo que dejar de soñar con el tiempo
estival porque ahora en Nueva York hace frío, mucho frío.
Para mí, la sensación de tener frío es algo que puedo
expresar de muchas maneras pero básicamente si me tengo que decantar por una,
podría decir que el frío “me duele”. Me duele literalmente. Cuando se me
congelan las orejas siento dolor, cuando el viento viene fuerte y me corta la
cara me duele, cuando me salen sabañones en las manos y grietas en los labios
me duele. A veces siento dolor de estómago cuando llevo un rato pasando frío
porque me cala muy profundamente. Es un frío el de Nueva York muy duro a veces,
es ese frío que te cala literalmente los huesos y puedes sentir cómo el dolor
te invade.
Supongo que también tiene que ver mucho conmigo y con mi
umbral de sensibilidad para las temperaturas. Seguro que hay gente que ni lo
nota, o gente que ya está acostumbrada a vivir en sitios donde las bajas
temperaturas son lo más normal del mundo, a lo mejor hay gente que piensa que
exagero pero yo lo vivo exactamente así como te lo estoy contando querido mío.
El primer día de frío extremo lo recuerdo muy bien. Ya venía
haciendo frío pero de un día para otro la temperatura cayó en picado, vamos
como suceden las cosas aquí, de la noche a la mañana. Yo tenía que ir al
Flatiron a hacer un recado importante que no se podía dejar para el día
siguiente y como prefiero evitar el metro decidí ir andando porque pensé que
tampoco iba a ser tan grave el frío como se había comentado. Así que salí de casa
dispuesta a andarme las 30 calles que me separaban de mi destino. Conforme iba
andando más me arrepentía de no haber cogido el metro pero decidí retarme a mí
misma y seguir andando. Cuando llevaba aproximadamente 15 minutos andando suena
el teléfono, tenía que cogerlo, lo cogí, iba sin guantes, fallo gordo,
conversación importante, no podía colgar rápido, apenas podía hablar… Sentía mi
boca como si hubiera salido del dentista 2 minutos antes, tenía totalmente
dormida la boca y los labios y me costaba articular palabra. Al poco tiempo
dejé de sentirme la mano que sujetaba el teléfono y fue entonces cuando me ví
obligada a colgar por miedo a que el teléfono se me cayera y se rompiera.
Cuando logré colgar, no era capaz ni de dejar el móvil en el bolsillo de mi
abrigo. Lo más grave, lo que más me alertó fue un dolor en mis manos. Éste era
muy parecido a la sensación de cuando se te queda dormido un pie, era un
hormigueo doloroso y mucho más fuerte que el común. Al mirarme las manos ví que
estaban más moradas que otra cosa y sentía como si mi sangre estuviera hecha de
cristalitos pequeños que te punzan y no puedes pararlo. Metí las manos en los
bolsillos y esperé pacientemente 10 minutos hasta que mis manos volvieron a su
estado natural.
Esa es mi experiencia con el frío. Así que estos días están
siendo tremendamente duros para mí.
Cuando salgo por las mañanas y me encamino a mi destino me
voy cruzando con personas que exhalan una nube de acompasado humo blanco. Según
lo rápido o despacio que vayan respirando así de rápido o despacio van saliendo
de sus cuerpos calientes. Un baile armónico y rítmico que se produce justo
encima de sus cabezas y que llenan las calles de historias en el aire, el que
llega tarde, la que se ha quemado la lengua con el café hirviendo, la que pasea
a su perro, el niño que va a la escuela, el perro que es paseado, la chica que
está nerviosa porque tiene un examen… cada ritmo una historia, cada exhalación
un porqué.
El Frío tiene nombre y apellidos y es despiadado. Pero hay
que aprender a vivir con él y cuando ya te hayas medio acostumbrado se va a
visitar a otras personas y te deja en paz unos meses con su primo el calor,
mucho más simpático.
Y yo todavía voy a seguir viendo Frío, Frío y más frío unas
semanas más.
Hasta la próxima Querido Diario. Keep warm!